martes, 24 de agosto de 2010

El Guardian de la Vida.

A veces me asomo a la ventana y lo veo tan solo que me entran ganas de llorar.

Vivo en una isla de protección oficial en mitad de un mar de chalets adosados. Todas las ventanas de mi casa me ofrecen distintas perspectivas de carreteras y tejados grises. Todas menos una.

La ventana de la cocina da a un descampado que según los planos de población tendría que ser una zona verde. “Tendría” pero no lo es. Es un trozo de tierra olvidado, un daño colateral de la lucha politica, un espacio baldío pero no muerto en mitad del barrio.

A veces me asomo a la ventana y lo veo tan solo que me entristezco.

Él permanece estático en mitad del descampado, se alza sobre las hierbas ahora doradas que lo rodean, sobre las flores silvestres marchitas por el sol que hace apenas dos meses llenaban de colores la tierra que nos quieren hacer olvidar.

Una valla inerte rodea el descampado intentando aislarlo del mundo que camina a su alrededor. Por desgracia lo consigue, no hay niños jugando sobre lo que debería ser una zona verde, no hay ancianos sentados en los bancos bañándose en los rayos de sol de última hora de la tarde, no hay mamás corriendo tras bebes traviesos que apenas saben andar pero sí correr.

A veces me asomo por la ventana y lo veo tan solo, luchando contra el olvido, que me enfurezco.

Y él sigue ahí, día tras día, mes tras mes, año tras año, imponente y orgulloso, luchando contra la desidia de los que quieren olvidarlo, haciéndose fuerte con el calor del sol y las gotas de lluvia, bailando con el viento y disfrazándose de blanco con la nieve en invierno.

El descampado es un espacio inútil para urbanizar, demasiado pequeño para construir un bloque de viviendas, y demasiado grande para convertirlo en una acera fría y estéril. Un espacio perfecto para un pequeño parque de césped del color de la esperanza.

A veces imagino un pequeño arenero en el que juegan los niños, un tobogán rojo por el que se deslizan, una casita de madera azul y naranja en la que las niñas invitan a tomar café de tierra a sus mamás, mientras los abuelos descansan sentados en un banco de madera bajo la sombra de aquel que resiste al olvido, del que baila con el viento.   

A veces me asomo por la ventana y lo veo tan verde y lleno de vida que me enorgullezco de él. De su belleza verde y vital.

Y él se ríe de todos aquellos que quisieron olvidarse del pálido retoño de hace catorce años, de aquella semilla diminuta que decidió reivindicar su derecho a crecer en un lugar donde ellos decidieron que nada crecería. Se ríe de sus vallas metálicas que impiden a los niños acercarse a su tronco, se ríe porque ha crecido y sus ramas son fuertes y largas, porque la valla no detiene lo que crece en las alturas. Se ríe porque los ha vencido. No quisieron crear un espacio en el que la gente pudiera disfrutar, pero él lo ha creado por sí mismo, sin su ayuda, sin sus podas, sin sus riegos automáticos.

Hoy me he asomado a la ventana, era media tarde, hacía un calor sofocante y el aire estaba tan quieto que ni las briznas de hierba seca se movían. La calle estaba desierta, los adultos se escondían en sus casas bajo el chorro insano del aire acondicionado mientras los niños guardaban su rebelde inquietud reposando en siestas obligadas.

He visto a la abuela que veo todos los días a las cinco de la tarde esperando el autobús especial que trae a su nieto de vuelta del colegio para niños especiales.

Los veo todos los días. Ya sea verano o invierno.

La anciana camina renqueante hasta la esquina norte de la valla y se detiene bajo la sombra del único árbol en toda la calle. Aquel que está solo en mitad del descampado. Aquel que ha crecido hasta extender sus frondosas ramas por encima del metal que lo quiere alejar del mundo.  

El dueño del bar de la esquina ve a la anciana detenerse. Sale de su local y coge una silla de plástico blanco de la terraza, cruza la calle con ella entre las manos y la lleva hasta la sombra del árbol donde ella espera a su nieto. Sabe que la hija de la mujer trabaja hasta bien entrada la noche para apenas mantener a su familia de tres, su madre anciana, su hijo especial y ella. Sabe que la abuela cuida del nieto con tanto amor que a veces, duele verlos juntos y no saber quien va vivir más… si ella o su nieto.
Coloca la silla bajo el frescor acogedor de las ramas del árbol y la anciana baja la cabeza asintiendo agradecida, saca unas agujas de punto de la bolsa de plástico que siempre lleva en la mano, y despacio, con dedos temblorosos, teje bajo la sombra del árbol. Momentos después un furgón especial se detiene ante ella, se abren las puertas traseras, una rampa metálica desciende y un hombre de poderosos brazos baja una silla de ruedas por ella. La anciana se levanta casi presurosa, besa al niño con cuerpo de adulto que sonríe como si hubiera visto a su ángel de la guardia y pregunta al hombre como ha sido el día de su nieto. Escucha atentamente cada una de sus palabras y luego dice adiós con un gesto de la mano.

A veces me asomo por la ventana y lo veo proteger a una extraña pareja. Una mujer de avanzada edad sentada sobre una silla blanca y un hombre de cuerpo desmadejado y mente de niño, sentado en una silla ruedas azul.

La anciana coloca la silla de ruedas para que quede junto a ella,  coge la mano de su nieto que reposa inerte en el reposabrazos y la acaricia con ternura. Le enseña el jersey que cada día teje para él. Le cuenta mil y un secretos sentada a su lado sobre la silla de plástico blanco que un hombre al que apenas conoce coloca todos los días bajo la sombra del árbol.

A veces me asomo por la ventana y veo al Guardián del descampado agitar sus ramas creando susurros que solo una anciana y un niño en cuerpo de hombre pueden entender.

A veces me asomo por la ventana y veo a la anciana desmenuzar con sus dedos artríticos un trozo de pan duro y lanzar las migas al suelo frente a la silla de ruedas de su nieto.

A veces me asomo por la ventana y veo al hombre sonreír entusiasmado cuando los gorriones descienden en picado desde las ramas del árbol para caer a pocos centímetros de sus pies sin fuerza y recoger con sus picos los trocitos de pan.

Siempre que me asomo por la ventana y veo ese árbol solitario y fuerte, pienso en como me sentiría yo si me intentaran aislar de las risas de los niños, de las conversaciones de las mamás, los susurros de los abuelos. Pienso que yo no sería tan fuerte, que me marchitaría ante la soledad, que moriría de pena por no tener nadie a mi alrededor… y entonces veo los pájaros que llenan sus ramas y la anciana y su nieto que se refugian bajo su sombra y siento que él, el guardián de la vida, el árbol solitario, no está solo. Siento que cuida de todos aquellos a los que acoge bajo sus ramas, que él sabe que es imprescindible para la felicidad de dos personas de mente fuerte y cuerpo débil.  

Me asomo por la ventana y me siento orgullosa de él, de su majestad, de su belleza, de que siga vivo y creciendo. Y sé, sin ningún asomo de duda, que antes o después verá recompensada su paciencia, que las vallas caerán ante el empuje de sus raíces y que los niños treparan por su tronco mientras sus madres les regañan por el peligro de hacerlo… y sé, que él no los dejara caer, igual que no deja que la abuela y el nieto pasen calor en sus tardes de verano y que cuida de que sus gorriones estén resguardados contra la lluvia de invierno.
 Editando: Éste es el árbol que veo por la ventana de mi cocina cada vez que me fumo un cigarrito.

13 comentarios:

  1. Es precioso, es sentido y me ha encogido el corazón tanto por la historia del Guardián como de la abuela y del niño. No se puede luchar contra la Naturaleza, cuando se empeña en algo lo consigue, eso siempre ha sido y cuando parece que no va a crecer nada lo hace con más fuerza todavía.

    Precioso, triste, nostálgico. Una belleza.

    Besos

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  2. Jo Noelia, qué relato tan bonito y emotivo. Has conseguido que me encariñe con ese árbol y que sienta el mismo deseo que tú a que las vallas caigan y que los niños puedan acercarse a él para jugar entre sus ramas.
    Por cierto, qué versátil eres escribiendo jodía!!! Tan pronto nos arrancas las risas con el relato de la dentadura postiza como nos ponemos nostálgicas con el guardian de la vida. Ays....

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  3. Joder Noelia reina ¡casi lloro y to!
    ¿Sabes? siempre que leo tuyo siento algo, risa, tristeza, encanto, pobreza, esperanza...eso es alucinante Noelia. Sabes trasmitir las emociones para que los que te leamos las sintamos y eso es ¡magnifico!
    Un beso guapa y oye ¡que bonito haces lo que no es bonito, ni perfecto!

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  4. Irewen: Gracias preciosa, ains toy melancólica hoy...

    Mar: Guapísima, mas que versátil yo creo que soy caótica... jajaja

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  5. Megan bichejoooooooooooo!! que me haces sonrojar jodíaaaaaa

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  6. El detalle de la silla del hombre del bar me ha encantado =D

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  7. QuietBrown: Jus... ¿Donde sino se iba a sentar la abuela a hacer punto??? lo cierto es que hay gente estupenda en este mundo, y nunca debemos olvidarlos.

    Besotes

    Noelia.

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  8. ¡Qué bonito Noelia! y que suerte tienes de ser tertigo de todas esas cosas desde la ventana de la cocina y de tu imaginación. Ese guardián se ve verde y frondoso y por lo que cuentas. os cuida a todos, a cada uno según su necesidad.

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  9. Se me han encharcado los ojos. Tienes magia Noelia. Estoy completamente de acuerdo con Megan. Nunca dejas indiferente.
    ¿¿sabes?? A mí me gusta pensar que las personas especiales "ven", "sienten" "oyen" cosas que los demás no podemos. Seguro que el espíritu mágico de tu árbol le susurra cuentos al oído. Por eso, el chico de la silla azul sonríe siempre.

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  10. Muy bonito Noelia, tiene mucho sentimiento, muy buena redacción. No es tan Noelia como lo que yo estoy acostumbrada a leer de ti, pero me ha ENCANTADO. Sabes escribir de todo y de muchas maneras distintas, eres una máquina. Besazos y deja de fumar, no sabes lo bien que te vas a sentir cuando lo consigas)perdón por la intromisión)

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  11. juas Hada!! yo tambien me quedé un poco así cuando lo escribí, de hecho me llamaron amigas mias para preguntarme si me habia pasado algo jajajaja (suelo ser bastante mas gamberra jis) y sip, algún día dejaré de fumar, lo juro!

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  12. Noelia: a tus pies. Un relato sencillamente maravilloso, y mucho de ello tiene que ver el que no sea una ficción creada por tu mente, sino una historia que pasa delante de tus ojos día a día y tú, con este escrito, te has propuesto perpetuarla y mostrárnosla a todos nosotros. Gracias.

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  13. Preciosa historia, Noelia. Me ha emocionado. Felicidades.

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