viernes, 11 de diciembre de 2009

¡Me como la langosta!


¡Me como la langosta!

A veces me pasa que uso frases hechas, que para mi significan todo, y para los demás no significan nada, ese tipo de frases que según salen por la boca tienes que explicarlas para que entiendan lo que quieres decir.

No se, tengo muchas de esas, y una de ellas es ¡me como la langosta!

¿De donde me la he sacado? De la manga. No, es broma.

Yo tenía una persona especial en mi vida. Una mujer a la que adoraba, un ser humano de una grandeza personal como no he visto en la vida. Alguien a quien recurrir, con quien reír, con quien hablar de cosas banales y trascendentales. Un alma que complementaba la mía y la de mucha gente a su alrededor.

Esa persona tenía una historia tremenda que contar, tantas y tantas vivencias que no hay libro capaz de contenerlas, un corazón tan enorme que cuando se fue nos dejó a todos un poco demasiado solos.

Esta mujer estaba casada, y en cierto momento de su vida las cosas se truncaron, no se si se acabó el amor o si simplemente algo cambió.

La cuestión es que esta persona se encontró esperando una y otra vez que las cosas volvieran a ser  como antes, cuando el amor está en el aire y la música en el corazón… pero nada, no había forma… estuvo un tiempo deprimida, un tiempo enfadada, un tiempo sola… se arregló mas, se cuidó mas, se puso todavía mas guapa (y era difícil por que era preciosa) con la esperanza de volver a recuperar lo que antaño tenía…

Ya sabéis como es esto, te pones tu ropa más bonita, te peinas con el peinado más favorecedor, haces la comida más rica, pones todo tu empeño en recuperar los tiempos perdidos, en ser mejor, más hermosa, más atenta… pero nada.

Un buen día, esta persona cocinó dos langostas, el plato favorito de su marido. Las sacó del horno, las colocó sobre la mesa y esperó.

Esperó a que él llegara a cenar, pero como siempre, él se retrasó. Las langostas se estaban quedando frías, así que decidió comerse la suya y meter la otra en el horno, así lo hizo, y cuando relamió la ultima gota de salsa del plato, la otra langosta seguía en el horno… Y esta persona se dijo a si misma… “es una pena que la langosta se desperdicie, ya que recalentada no sabe igual”, se mordió los labios y pensó.

Pensó que le daba lo mismo si él se comía o no la langosta. Si llegaba tarde o pronto. Si regresaban los viejos y buenos tiempos, si volvían a ser las cosas como antaño eran o no, porque en ese mismo momento se dio cuenta de que ella iba a crearse unos “tiempos nuevos” y estos iban a ser mucho mejores que los antiguos.

Así que fue a la cocina, sacó la langosta del horno, la puso sobre la mesa, y dijo: Me como la langosta.

No por fastidiar a su marido y dejarle sin cena, ni por no desperdiciar una buena comida, ni tampoco como venganza o represalia.
Que va.
Simplemente porque le apetecía comerse esa langosta.

Desde entonces, o mas bien desde que ella me contó esa historia, yo cada vez que tengo algo que me come la cabeza, que me hace dudar, que me deprime o me aturulla, lo que hago es que me lo pienso y digo ¡Me como la langosta! Es decir, que me la rempampinfla. Lo que sea sonará, yo voy a hacer exactamente lo que me de la real gana sin pensar en las consecuencias y sin estudiar los desenlaces.

Algo me ha estado rondando la cabeza toda la semana, un come come horroroso que no me dejaba el estomago en paz… y desde este mismo momento se acabó… ¡Me como la langosta!

Pili… Nos vamos a Cortylandia!!!!

1 comentario:

  1. Buena filosofía. Hay que comerse la langosta y pensar menos en las consecuencias. Lo bueno es que el mundo sigue girando y le importa un pepino si nos la comemos o no. Entonces ¿por qué no hincarle el diente?

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