miércoles, 22 de diciembre de 2010

22 de diciembre

22 de Diciembre.

Mucha gente piensa que cuando toca el gordo, al que le toca se va a cenar a un restaurante de la releche, de estos lujosos a más no poder… yo os digo que no… cuando toca el gordo se cenan latas de sardinas.

Para mí la navidad no empieza cuando los comercios decoran sus escaparates con vistosas luces. Tampoco cuando en el puente de diciembre algunas calles comienzan a decorarse con adornos navideños. No. Para mí la Navidad empieza el día siguiente al que lo hace el invierno. 

Podré ver arbolitos llenos de bombillas de colores en la calle a principios de diciembre, podré ver Belenes de revista decorando los escaparates antes de mediados de noviembre, podré comprar parte de los juguetes a finales de octubre, pero hasta que no oigo a los niños cantando los números, para mí no es Navidad.

Lo adoro. Adoro levantarme el día 22 de buena mañana, echarme un poco de agua en la cara, dirigirme a la cocina y encender la radio. Subir el volumen, oír los sonidos del ambiente, los monólogos de los periodistas, y por fin, la cantinela de dos bombos girando y el son de unos niños cantando números.

Desde que tengo uso de razón, recuerdo saltar de la cama a las siete y media de la mañana, ya fuera festivo o laboral, e ir a la cocina a tomarme el colacao con mi padre, que a esas horas ya estaba (y está) sentado a la mesa, con su lista de números y la tele puesta a un volumen casi insoportable.

Además vamos haciendo “apuestas”…
-El “Gordo” sale antes de las doce.
-Va a terminar en 5…
-El segundo cae en Madrid…
-El tercero fijo que lo hace en Sevilla…

Retransmitimos las mejores jugadas…
-Mira, mira, que nervioso está, si no le sale apenas la voz.
-Uis, mira, mira, que repiten el gordo…
-Mira el tipo ese, si viste de payaso…

Lógicamente, esto sucede los días que cae en fin de semana, cuando cae entre semana, yo me voy a trabajar, y mis padres hacen lo propio…  Pero esa distancia (física) no es óbice para que no andemos llamándonos cada dos por tres para comentar como va el sorteo, los números y si ha salido, o no, el gordo… vamos, en mi casa, el 22 de diciembre es toda una institución.

Sólo ha habido un día 22 de diciembre en que no me he levantado de madrugada para oír a los niños de San Ildefonso.

Sucedió hace ahora 20 años justos. Yo tenía 18 años, el día 22 cayó en sábado y me había pasado todo el viernes de juerga… era joven, era tonta, estaba cansada (pero no resacosa, ojo, no bebo) y decidí que por un día que me saltara la tradición familiar no iba a pasar nada.

Así que ahí estaba yo, a las once de la mañana, en la cama, con la puerta cerrada para no oír la algarabía de la casa y completamente dormida. En esto que siento que alguien me toca la espalda, abro los ojos, es mi madre…

-Hija, hija –me dice toda nerviosa ella.
-¿Qué hora es? –pregunto con voz pastosa y algo cabreada por que me ha despertado.
-Las once, son las once, el gordo…
-Déjame un ratito más –La corté dándome la vuelta, en ese momento el gordo me importaba bien poco.
-Pero hija, es que no te lo vas a creer.
-Claro que no mamá… luego me lo cuentas –respondí escondiendo la cabeza bajo la almohada.

Mi madre salió de mi cuarto sin decir nada más, no porque hubiera decidido respetar mi sueño, sino porque mi padre había regresado a casa de hacer la compra (en mi casa, mis padres comparten las tareas, si mi madre cocina, mi padre compra) y estaba llamándola a voz en grito…

Ante tanto escándalo no me quedó más remedio que levantarme de la cama y seguir a mi madre a ver que cojones había pasado.

Cual no es mi sorpresa que me encuentro a mi querido padre en medio de salón con las bolsas de la compra en las manos (no se había molestado en soltarlas en la cocina) rojo como un tomate porque había venido corriendo desde el mercado (de esto me enteré unos minutos después) y con los ojos abiertos como platos.

-Mari… ¿Cuál es el número que llevas del ayuntamiento? –preguntaba a gritos.
-¡Ese, ese, ese! –gritaba mi madre medio histérica.

A ver, os juro que en ese momento no tenia ni puta idea de qué coño estaban hablando mis queridos y normalmente tranquilos progenitores… pero tampoco tardé mucho en descubrirlo.

Mi padre soltó las bolsas de comida, o más bien se le escaparon de las manos. La verdura se esparramó por todo el salón, la bolsa del pollo se reventó al caer al suelo y salieron trocitos de pechuga, muslo y contramuslo despedidos por todo el suelo, la del pescado, gracias a Dios, cayó sobre la del pollo, lo cual evitó un desastre mayor. El pan acabó junto a uno de los pies de mi padre, y por supuesto fue pisoteado cuando de un par de zancadas él se abalanzó contra mi madre, la abrazó y comenzó a girar con ella en brazos… y yo seguía a cuadros.

Sip, efectivamente. Nos había tocado el gordo. El GORDO. No fue mucho, pero fue perfecto.
En mi familia hay costumbre de cambiar con toda la familia (paterna, materna y amigos especiales) el mismo décimo, de esta manera, TODOS, llevamos el décimo de TODOS. No un décimo entero, qué va, participaciones de 1.000 de las antiguas pesetas. De esa manera, yo llevo mil pesetas de mi tío, y mi tío mil pesetas de mi número… no sé si me explico. La cuestión es que si toca un décimo de la familia, toca a todos. Y eso fue exactamente lo que pasó. 

No es que nos tocara una cantidad exorbitante de dinero, pero sí que nos toco una cantidad exorbitante de felicidad… en serio, el dinero no hace la felicidad, en eso estoy de acuerdo. ¿Sabéis lo que hace la felicidad? El llamar a todos tus tíos, a tus abuelas, a tus amigos más queridos y decirles ¡QUE NOS HA TOCADO EL GORDO! Ese NOS es el que te hace vibrar, porque NOS tocó a todos. Todos llevábamos un poquito de ese número. TODOS.

Fue un día especial, y lleno de anécdotas, porque mi padre siempre ha sido muy guasón y cachondo, y más de un año había llamado a mis tíos para decirles que había tocado el gordo… y era mentira y de la gorda… así que como en el cuento del lobo, el año que tocó, cuando mi padre llamaba para decírselo a la gente, NI DIOS le creía…
-Qué si Rafa, joder, que ha tocado… -repetía mi padre una y otra vez por teléfono.
-Claro, José, claro, como todos los años –respondía mi tío.
-¡Mari! Que tu hermano no me cree… -acababa por llamar a mi madre se estaba descojonando de él sentada en el brazo del sillón…

En definitiva, fue un día mágico, y no por el dinero, sino por la ilusión de todas las personas con las que llevábamos el premio, y repito, éramos unos pocos… XDD
Por cierto, ese día 22 de diciembre, cenamos todos en casa, mis padres, mi hermano, mis abuelas, mis tíos, algunos amigos… y cenamos latas de sardinas, de mejillones y de calamares, porque nadie se acordó de recoger la compra del suelo hasta bien entrada la tarde y toda la comida se echó a perder… y sinceramente a ninguno nos apetecía salir a cenar a ningún restaurante de lujo cuando lo mejor del mundo es estar todos juntitos, en familia, comiendo ilusión y bebiendo alegría.

… … ¿Estás escuchando el sorteo? ¿No? ¡Pues a que esperas, la suerte puede llamar a tu puerta! 

10 comentarios:

  1. Wauuuu !! que historia!!!

    No se cual es la sensación, xq nunca me ha tocado nada, pero imagino quedebe ser algo parecido a ...no se...la verdad no lo puedo imaginar....

    un beso!!!

    ...y que el gordo toque a nuestra puerta ^^

    blanx

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  2. Definitivamente estoy muy sensible, leyendo la historia me he puesto a a llorar como tonta, ejem, y estoy en mitad de clase, doblemente ejem, menos mal que estamos con la luz apagada y con una exposición que sino... me muero de vergüenza.

    Estoy totalmente de acuerdo, en mi casa se hace algo similar entre mis abuelos, ahora mi abuela, mi madre y mis tíos. MI familia es más pequeñita.

    A ver si hay suerte :) estoy pendiente al movil ;)

    Besucos cielo y gracias por compartirlo con nosotras.

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  3. Blanx; el gordo tocará a nuestra puerta, seguro!!!

    Irewen; jis... a mi se me saltaban las lagrimas hoy en el coche, con la radio puesta, en cuanto han empezado a cantar los numeros... ains, me emociona!

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  4. JO, pues a mí se me han saltado las lágrimas leyéndote, y es que Noelia, siento mucho decir esto, pero... ERES UNA SENTIMENTAL!

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  5. Me encanta la historia y como la has contado. La verdad, la sensación esa de que te toque "algo" que has compartido con toda la familia es de las mejores del mundo...
    Besitos

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  6. Pues otra por aquí con los ojos acuosos. Noelia, felicidades, no porque os tocara la lotería, que también, sino porque supísteis celebrarlo, eso os hizo más felices. Seguro.
    Yo creo que hoy, es uno de las pocas veces que no he oído la cantinela, y eso que estoy de vacaciones. Voy a ponerlo ahora mismo.Graciassss

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  7. Qué historia más bonita, yo también te doy la enhorabuena por el premio, no tanto por el dinero, sino por la alegría y la felicidad compartida, que es lo que vale la pena.

    Yo soy una escéptica y casi odio la cantinela de esos niños porque me gustaría pensar que esa alegría llega a los que más se la merecen, y no creo que sea así. Me alegro muchísimo de conocer a alguien que tuvo esa fortuna, junto con su familia, y se la merecía ^^

    De todas maneras, me encanta el 22 de diciembre porque tal día como hoy, 31 años atrás, a mi madre le tocó "el gordo" casándose con mi padre, jejeje. Supongo que para mí, también la Navidad comienza este día :p

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  8. Preciosa historia *O*

    Me imagino la felicidad de tu familia, a mis padres les ha tocado dos veces un tercer premio (tampoco mucho, pero sí suficiente) y aunque de una no me acuerdo porque era muy pequeña, la otra vez la recuerdo y también la viví en casa, con los seres queridos ^^

    ¡Un abrazo! ;)

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  9. Esto que has escrito es una de las cosas que refleja la magia de la Navidad. No que haya tocado la lotería, sino la alegría de una familia unida.

    ¡Feliz Navidad!

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  10. Que bonita la historia Noelia!! Que acontecimiento tan precioso, y sobre todo la ilusión de que os tocara a todos. Besos guapa

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