Os dejo un regalito para celebrar mi cumple... jejeje.
Este relato se titula "Sí, se atrevió", fue ganador de un concurso de relatos cortos, de la editorial éride, y publicado en la antología "Cien mini relatos de amor y un deseo satisfecho".
Ahora, os lo regalo a vosotr@s, espero que os guste!
Ah, aviso, los protagonistas de este relato son los de uno de mis libros, Ardiente Verano, y el tiempo en el que transcurre "Sí, se atrevió", es posterior al final de este libro... por tanto, si no lo habéis leído, ojo, puede haber spoiler!!
Ah, aviso, los protagonistas de este relato son los de uno de mis libros, Ardiente Verano, y el tiempo en el que transcurre "Sí, se atrevió", es posterior al final de este libro... por tanto, si no lo habéis leído, ojo, puede haber spoiler!!
María dejó caer al
suelo la mochila con las toallas, la crema solar y el libro y suspiró cansada a
la vez que se masajeaba los riñones. Había sido un largo ascenso hasta llegar
al lugar idílico que su marido había elegido. Miró a su alrededor, deslumbrada
por la belleza que la rodeaba.
Estaban en un claro,
rodeados de robles y encinas, a la vera de un pequeño arroyuelo que, aquí y
allá, se detenía formando charcas poco profundas de aguas cristalinas. Por
encima de las copas de los arboles, podían observar las cumbres rocosas de las
montañas de la Sierra de Gredos. Estiró los brazos por encima de su cabeza,
sonrió al hombre moreno, fuerte y guapísimo que la acompañaba y procedió a
quitarse los pantalones cortos y la camiseta. Acto seguido sacó una toalla de
la mochila, la extendió sobre la arena pedregosa de la orilla del riachuelo y
se tumbó bocabajo sobre ella, dejando que los rayos de sol de finales de
septiembre le calentaran la espalda desnuda.
Las botas camperas de
su marido ocuparon su campo de visión.
—¿No vas a echarme una
mano, perezosa? —preguntó, acuclillándose ante ella. Sus ojos claros chispearon
divertidos.
—No. —María hurgó en la
mochila hasta encontrar un libro, lo abrió y centró su atención en las páginas
de Delicias y secretos en Manhattan.
Caleb estalló en
sonoras carcajadas. Su mujer se había quejado ardientemente durante cada uno de
los treinta minutos que duró la caminata hasta allí. Le había amenazado a cada
paso con dar media vuelta y volver al pueblo si tenían que ascender mucho más.
Y ahora se tomaba la revancha tumbándose a leer.
Estaba por ver cuánto
tiempo lograría continuar ignorándole.
Colocó la nevera
portátil con los refrescos y la comida cerca del lugar que ella ocupaba, clavó
como pudo la punta de la sombrilla en el duro suelo, dejó caer la bolsa de
deportes que había cargado sobre su espalda y sacó de ésta la manta a cuadros
que les serviría de mantel. La extendió en el suelo, sujetándola con cuatro
piedras bastante pesadas, y a continuación colocó la cesta con el pan y el
resto de viandas sobre ella. Cuando hubo acabado de prepararlo todo para el
picnic, se descalzó y se deshizo de la camisa, quedándose vestido con unos
pantalones cortos que mostraban sus musculas piernas, demasiado sexys para la paz
mental de María.
Observó a su mujer. Se
había puesto un bikini formado por triángulos rojos, atados con cintas a sus
caderas en la parte inferior y a su cuello y su espalda en la superior. Nada
muy complicado de quitar, pensó ladino. Se sentó junto a ella en la toalla y le
acarició el lugar en que la espalda pierde su nombre.
María simplemente gruñó
y le dio un manotazo.
—¿Piensas pasarte todo
el día leyendo? —preguntó él.
—Sí. Es el primer día
que tengo para mí desde que nació Anna. Pienso pasarlo haciendo lo que más me
gusta: leer.
—¿Sólo leer?
—Sí, sólo leer –le
advirtió rotunda, aferrando con más fuerza el libro.
Desde que había nacido
la pequeña, hacía ya un año, no había tenido un segundo libre; entre atender a
Anna y Andrés, mantener la casa, trabajar en la ludoteca y… los mimos exigentes
de Caleb, sus días pasaban tan deprisa que apenas tenía tiempo de respirar; mucho
menos de leer.
Desvió la mirada de la
lectura cuando sintió a su marido trajinar en la mochila de las toallas.
—¿Qué buscas?
—La crema solar. Te vas
a quemar.
—No creo, no hace tanto
calor.
—Aquí el sol pega fuerte
aunque no lo notes. Estamos a bastante altitud —comentó él.
María se encogió de
hombros y retomó la lectura. La novela era francamente interesante. Un segundo
después escuchó el sonido de un bote al abrirse y llegó hasta ella un suave
aroma a chocolate; el mismo aroma que tenía el aceite que Caleb usaba para sus juegos.
Levantó la cabeza sorprendida. Bajo el bikini sus pezones se fruncieron
endurecidos y su sexo comenzó a humedecerse.
—¡Eso no es crema
solar! —le imprecó a su marido.
—¿No?
—¡Por supuesto que no!
Es el aceite que… ¡Ya sabes lo que es!
—Sí.
—Caleb, odio que me
contestes con monosílabos.
—Sigue leyendo tu libro
mientras te doy la crema —la ignoró él.
—¡No puedo leer con ese
olor, me desconcentra!
Caleb arqueó las cejas,
posó una mano sobre la nuca de su mujer y la obligó a reposar la cabeza sobre
la toalla. Luego vertió un poco de aceite sobre la palma de su mano y comenzó a
frotarle la espalda.
María suspiró, gruñona,
y cerró los ojos. No creía que su marido se atreviera a nada estando en mitad
del monte; en un lugar en el que podía aparecer cualquier dominguero y
pillarles.
No. No se atrevería.
Sí. Sí se atrevió.
Caleb recorrió la
espalda de María con pasadas suaves y precisas. Desató las cintas que sostenían
el sujetador del bikini, jugó con las yemas de sus dedos sobre cada vertebra,
se desvió hasta las costillas y, una vez allí, acarició con ternura los suaves
pechos de su mujer. Se entretuvo con ellos hasta que la escuchó jadear excitada
y a continuación se levantó del lugar que ocupaba sobre la toalla.
María giró la cabeza y
observó como su marido se quitaba los pantalones, liberando su grueso e
imponente pene de la prisión de tela vaquera en la que estaba confinado. Tragó
saliva y apretó los muslos ante la interesante visión. Caleb sonrió satisfecho.
Ella bufó y continuó intentando leer su libro.
Una carcajada
presuntuosa reverberó en el claro entre montañas.
Caleb se acuclilló a
horcajadas sobre los muslos de su mujer y los aprisionó entre sus rodillas,
obligándola a mantenerlos fuertemente cerrados. Ella hizo intención de girarse
de espaldas sobre la toalla. Él no se lo permitió
—Sigue leyendo —ordenó
a la vez que presionaba sobre sus hombros, obligándola a retomar su postura
inicial.
Cuando le obedeció,
Caleb reanudó el erótico masaje.
Impregnó de aceite la
suave piel de su amada, pintó con caricias aterciopeladas el contorno de la
braguita del bikini, sin adentrarse bajo la tela, jugó con las cintas que lo
mantenían unido y, cuando María comenzó a removerse, desató uno de los lados.
—Caleb, puede aparecer
alguien… —gimió ella al sentir los dedos de su marido deslizarse por el trasero.
—Sigue leyendo. –Él
reiteró su orden a la vez que ahondaba con el índice en la grieta entre sus
nalgas.
—Caleb, esto no está
bien…
—Sí lo está.
El desvergonzado dedo
continuó su investigación hasta llegar al tenso anillo de músculos del ano, lo
acarició y tentó, ungiéndolo de aceite, insistiendo una y otra vez sobre él,
hasta dejarlo relajado y resbaladizo. Presionó contra el prieto orificio hasta
penetrarlo, primero la yema, después la primera falange. Movió el índice en
círculos hasta hundirlo por completo y luego comenzó a entrar y salir
lentamente de él. Introdujo la mano que tenía libre entre los cerrados muslos femeninos
hasta llegar a la entrepierna del bikini, y después presionó sobre los labios
vaginales.
María arqueó la espalda
a la vez que su respiración se tornó agitada. Tenía la braguita empapada; su
vagina se apretaba vacía, necesitada de sentir sus caricias, su grosor entrando
en ella. Frotó sus pezones, duros como guijarros, contra la suave tela del
bikini buscando sentir un roce que no llegaba. Se apoyó sobre los codos e
intentó liberarse del peso de su marido para colocarse a cuatro patas sobre la
toalla y mostrarle el camino que anhelaba que él tomase.
—¿Ya no te interesa
seguir leyendo? —la provocó, impidiéndole levantarse.
Ató de nuevo el bikini
y se situó sobre su mujer. Colocó un codo a cada lado de su cabeza y se sostuvo
sobre ellos, a la vez que encajaba las rodillas en suelo, a ambos lados de las
caderas femeninas. Dejó que su torso y genitales tocaran la sumisa y
resbaladiza espalda de María.
—No… —jadeó ella al
sentir la enorme erección acomodarse entre sus nalgas.
María no sabía si
contestaba a su pregunta o si se negaba a adoptar esa posición en un lugar al
que cualquiera tenía acceso.
Caleb cogió la novela,
se la quitó de entre los laxos dedos y la dejó a un lado. Luego se meció contra
ella. El baño de aceite al que le había sometido minutos antes le hizo resbalar
en un masaje sensual, en el que su enorme polla tan pronto se alojaba sobre las
nalgas como le hacía cosquillas en la espalda. Cuando escuchó a su mujer gemir anhelante,
paró el erótico vaivén al que la estaba sometiendo y se incorporó.
María observó a su
marido ponerse en pie. El grueso pene oscilaba irreverente sobre su pubis
depilado, logrando que le deseara todavía más. Se lamió los labios.
Caleb se arrodilló
sobre la toalla, frente a su esposa. Colocó una de las manos bajo su barbilla y
la instó a que alzara el rostro hacía su imponente verga.
María no se lo pensó
dos veces, apoyó las manos en el suelo, arqueó la espalda hasta que sus labios
quedaron a la altura necesaria y lamió con prontitud la gota de denso semen que
emanaba de la abertura de la uretra. Escuchó satisfecha el jadeo que escapó de
los labios de su marido y como premio, jugueteó con sus labios sobre el glande.
Cuando sintió que el pene se engrosaba y endurecía más todavía, lo hundió en la
cálida humedad de su boca y frotó con la lengua la sensible piel del frenillo a
la vez que succionaba con fuerza.
Caleb enredó los dedos
entre los cabellos de su amada, sujetándola, y comenzó a mecerse contra ella,
introduciéndose hasta tocar su garganta para luego salir lentamente, sintiendo
en cada centímetro de su polla la carnosa boca. Se mordió los labios cuando la
agonía le llevó cerca del punto de no retorno.
Se separó de ella.
María le miró confusa e
intentó tomarlo en su boca de nuevo, pero él no se lo permitió. Aún era pronto
para terminar.
—Túmbate bocarriba y
ábrete para mí. Quiero ver lo mojada que estás —exigió él.
Ella obedeció.
—Eres tan hermosa. —Posó
la palma de su mano sobre la lúbrica vulva y presionó hasta que el rocío que la
cubría quedó impregnado en sus dedos. Después se retiró, dejando a la mujer que
vibraba bajo él frustrada y anhelante.
Deslizó la mirada por
el sinuoso cuerpo de su esposa. Observó satisfecho la humedad que traspasaba la
elástica tela de la braguita del bikini y los pezones erectos que se marcaban
expectantes contra los triángulos del sujetador. Pequeñas gotas de sudor se
alojaban en el valle entre sus pechos.
—¿Tienes calor? —le
preguntó.
María asintió con la
cabeza, incapaz de hablar ante su escrutinio.
Caleb abandonó la
toalla y se dirigió hacia la pequeña nevera portátil. La cogió y la llevó hasta
donde ella le esperaba, obediente, tumbada con las rodillas dobladas y las
piernas muy abiertas.
Colocó la nevera sobre
la toalla y la abrió, arrodillándose después entre las piernas de su esposa.
—Caleb, no deberíamos…
Puede venir alguien –insistió María. Él se encogió de hombros. En ese instante
le daba igual todo.
Cogió una botella,
desenroscó el tapón y vertió agua casi helada sobre la boca de María. Ésta
tragó con avidez, pero aun así no pudo evitar que un poco se le derramara por
las mejillas y la barbilla, gotas que él se apresuró a beber sobre su piel.
Sonrió ladino e inclinó la botella de nuevo, vertiéndola con lentitud sobre el
cuerpo amado. Un fino chorro de agua cayó sobre los pezones, el estómago, el
monte de Venus… Lamió lentamente cada gota del gélido líquido que tocaba la
femenina piel.
María arqueó la
espalda al sentir la primera caricia helada sobre sus pechos, jadeó asombrada
cuando la lengua de su marido calentó los fríos pezones y elevó las caderas al
sentir el frescor recorrer su vientre, seguido por los labios candentes de
Caleb. Se removió inquieta al comprobar que él se detenía impasible sobre su
pubis, sin rebasar el límite impuesto por el bikini.
—¿Sigues teniendo
calor? —Preguntó él de nuevo.
María asintió con la
cabeza.
Caleb sonrió e
introdujo de nuevo la mano en la nevera.
María casi gritó cuando
sintió un roce gélido sobre sus pechos. Alzó la cabeza y observó a su marido. Tenía
un cubito de hielo entre los dedos y jugaba con él sobre sus pezones. Cerró las
piernas con fuerza ante el ramalazo de placer que estalló en su clítoris.
Caleb soltó el hielo
sobre el estómago de su mujer e introdujo veloz las manos entre sus muslos unidos,
obligándola a separarlos de nuevo. Tanto, que María sintió la tensión
estallando en los abductores.
—Quiero verte. No
vuelvas a cerrarlos —le ordenó él, inalterable.
Acarició levemente los
tensos músculos, calmándolos, y luego recogió el hielo y continuó jugando con
él sin traspasar la barrera del bikini. Torturándola.
Cuando María comenzó a
gemir incontrolable, cuando su vientre se tensó por las caricias y sus pechos
comenzaron a subir y bajar con rapidez por culpa de la agitada respiración, él
se detuvo de nuevo.
—Tengo sed —afirmó
Caleb—. Pero no queda agua. ¿Crees que podrías deshacer un par de hielos y
darme de beber?
María parpadeó
confundida.
Caleb se rió entre
dientes, luego se levantó de un salto, dio dos pasos hasta posicionarse sobre
la cabeza de María y se arrodilló, dejando una rodilla a cada lado del rostro
de su esposa.
María abrazó los
fuertes muslos de su marido y se alzó arrebatada, ansiosa por besar la tremenda
y excitante verga que se balanceaba a escasos centímetros de sus labios.
Caleb se lo impidió.
—Coloca las manos
planas sobre la toalla —le ordenó—. No puedes alzar la cabeza, sólo podrás
comerme la polla cuando yo me acerque a ti. Nada más. ¿Lo has entendido? —María
le miró estupefacta—. ¿Lo has entendido? —reiteró con voz ronca.
—Sí.
Caleb estiró el brazo y
cogió un cubito de hielo de buen tamaño. Sin acercarse más a María, comenzó a
recorrer con él su precioso cuerpo hasta deslizarlo bajo la braguita del bikini
y posarlo contra el clítoris ardiente. Ella elevó las caderas, jadeando. Él se
limitó a trazar con el congelado juguete pequeños círculos sobre el
tenso botón. A continuación recorrió los húmedos pliegues de la vulva hasta
ubicarlo en la entrada a la vagina. Lo introdujo en ella con una pequeña
presión. Se incorporó, cogió otro hielo y repitió la operación hasta dejarlo
encajado en el interior de su mujer.
—Quiero ver chorrear tu
coño —exigió un segundo antes de posar su boca sobre el pubis femenino.
María gritó
cuando sintió los dientes de su esposo rozarle el clítoris por encima de la
tela del bikini. Se contorsionó desesperada al percibir que introducía dos dedos
dentro de ella y jugaba con los hielos que comenzaban a derretirse allí. Aferró
la toalla entre sus puños y tensó el cuello para no alzar la cabeza, anhelando
que él bajara la pelvis y le permitiera lamer los testículos libres de vello
que colgaban sobre sus ojos, provocándola. Y cuando él por fin descendió,
acercándolos a ella, los absorbió en su boca, apretándolos contra su paladar,
para luego deslizar la lengua hasta la suave piel del perineo y comenzar a
mordisquearle con dulzura.
Caleb gruñó, excitado,
al descubrir el juego de su esposa. María se acercaba a su ano, le lamía y
succionaba los testículos pero ignoraba su dolorida polla.
Negó con la cabeza,
divertido; ella podía ser igual de mala que él… o peor.
Bajó la cabeza, mordió
las cintas del bikini hasta deshacer los nudos y retiró la tela para poder
observar con avidez el pubis lampiño que se revelaba ante él.
Suave, mojado, dúctil.
Lo recorrió con los
labios hasta llegar al clítoris y aferró el tenso botón con cuidado entre sus
dientes a la vez que le daba golpecitos con la punta de la lengua. María gritó
dejando caer la cabeza, olvidándose de él.
Caleb deslizó una de
sus manos hasta la polla, la aferró con los dedos y la guió hasta la carnosa
boca de su esposa. Presionó hasta que María le permitió entrar. Se hundió en
ella y jadeó de placer cuando los afilados dientes rasparon con delicadeza la
base del pene. Volvió a bajar la cabeza, un delgado hilo de agua resbalaba por
los hinchados pliegues de la vulva hasta el brillante perineo.
Sonrió, decidió a
calmar su sed.
Lamió con lentas y
largas pasada cada gota del tibio líquido que manaba de María. Posó los labios
sobre la entrada de la vagina y libó con fruición, absorbiendo los cada vez más
diminutos hielos y empujándolos con la lengua cuando tocaban su boca. Y
mientras tanto, sus dedos no dejaron de jugar sobre el trasero femenino. Masajearon,
juntaron y separaron las nalgas y, por último, el índice, atrevido, tentó el
fruncido orificio penetrándolo.
María negó excitada con
la cabeza sin soltar la enorme polla que llenaba su boca. Alzó más su rostro,
hasta albergarla por completo en su garganta y deslizó una de sus manos por las
piernas de su marido hasta acariciarle el duro trasero. Esperó unos segundos,
dudando entre continuar u obedecer sus órdenes. Al final decidió ser mala.
Malísima.
Caleb notó las manos de
María en su culo, las sintió acariciarlo y luego abandonarlo. Arqueó una ceja,
estaba seguro de que algo tramaba. Un segundo después notó el tibio aceite de
chocolate derramándose sobre sus nalgas y los dedos de su amada extendiéndolo,
untándolo sobre su ano. Cerró los ojos y respiró profundamente, intentando
relajar el anillo de músculos que se había tensado expectante. Hundió la lengua
en la acogedora vagina, degustando su sabor dulce unido al frescor de los
hielos a medio derretir. Jadeó cuando sintió uno de los dedos de María penetrándole
el ano, a la vez que sus labios le succionaban con más fuerza la polla.
Pocos tiempo después se
separó de ella, incapaz de aguantar un segundo más semejante tortura.
De los labios de María
escapó un quejido frustrado.
Quería más.
Caleb se giró hasta
colocarse frente a su esposa, rostro con rostro, piel con piel. Observó
fascinado aquellos labios sonrosados, los pechos perfectos, los ojos entornados
por el placer y las mejillas teñidas por el rubor de la pasión. La besó. Sus
labios, impregnados en la esencia femenina, le mostraron todo el amor que
sentía por ella.
Ella respondió con idéntica
adoración.
—Me gustaría tanto
tener otro bebé —susurró suplicante Caleb. María abrió los ojos de par en par—.
Un niño travieso que corra por la casa y juegue con Ana… —musitó mirándola.
Al ver que ella
permanecía en silencio, estiró un brazo y buscó el pantalón.
En la cartera tenía
preservativos.
La mano de su esposa se
cerró sobre su muñeca, tirando de él, obligándole a cesar la búsqueda y guiando
los morenos dedos hasta su boca. Una vez allí los besó y a continuación, le
envolvió las caderas con las piernas, ancló los talones sobre sus muslos y le
instó a completar lo que había empezado.
Se movieron al
unísono, cada uno imitando los movimientos del otro.
Saborearon
embelesados la esencia de cada uno en la lengua del contrario.
Disfrutaron del placer
que eclosiona cuando dos almas se conocen íntima y profundamente.
Se deleitaron con el
glorioso éxtasis que brota feroz cuando la confianza, el respeto y el amor
conforman el cuerpo, corazón y mente de dos amantes enamorados.
Nueve meses después.
Un flamante 4x4 aparcó
frente al porche de una típica casa serrana en Mombeltrán.
Una niña pequeña, de
apenas dos años, se asomó por la ventana de la cocina y gritó entusiasmada
mientras su hermano mayor, Andrés, señalaba ilusionado el coche. Un segundo
después ambos aparecieron en la puerta de entrada, acompañados por su abuelo,
Abel.
Caleb observó a su
sobrino y sonrió divertido. Andrés era un adolescente, hijo del primer
matrimonio de María. El joven se volvía loco por complacer a su hermana
pequeña, que en ese momento estaba subida sobre sus hombros, tirándole del pelo
para que se apresurara a salir a la calle y cruzara la carretera para llegar
hasta donde estaban papá y mamá. Quería ver a sus nuevos hermanitos, sobre los
que, por supuesto, pensaba mandar porque era más grande que ellos.
Caleb observó a su
mujer. María estaba sentada en el asiento trasero, entre las dos maxicosi en las que sus gemelos recién
nacidos dormitaban.
Sintió el corazón a
punto de estallar de felicidad.
Ahí estaba su familia.
Junto a él, rodeándole.
Su traviesa princesa,
sus hijos recién nacidos, su afable padre, su adorada esposa y el sobrino al
que quería como si fuera su propio hijo.
¿Podía haber algo mejor
en la vida?
Noelia Amarillo
Me ha encantado Noelia!!
ResponderEliminarHa sido como volver a leer Ardiente Verano...
Caleb es gggggrrrrrrrrr
Gracias por el regalo!!
Ainsss, Caleb es único jhajaja
EliminarUooooouuuuuuhhhhh, No se supone que los regalos te los debían hacer a ti?? Menudo regalo nos has hecho a nosotros :) Esta genial! Recordar a Caleb es... uffff, donde están los hombres como él?? jajajaja
ResponderEliminarGracias por esta historia, esta breve pincelada que nos vuelve a llevar a Ardiente Verano. :) Algo así siempre sabe a poco, pero es maravilloso.
Un beso!
Ainsss, sip, es cortito, pero intenso jejeje
EliminarPrecioso...caliente...romantico...pedazo de tio !!!!! diossss como me gusta Caleb !!
ResponderEliminarAhora que habia conseguido aprender a vivir sin él...otra vez a recordarlo...jajaja
Ojala nos deleites con otras historias de esta pareja..y nos hagas sudar..
Gracias..
Y Feliz Cumpleaños wapaaaaa!
Marieta, desde Alicante
Ey, Marieta!!!! mi niña!!!! Tenemos que volver a vernos por Alicante, lo pasamos de fábula!!!
EliminarEs genial Noelia!!! Gracias por publicarlo en el blog, me estaba volviendo loca buscandolo, un beso!!
ResponderEliminarhttp://macanddreams.blogspot.com.es/2012/10/ardiente-verano.html
Hola Macarena!! Juas, mujer, me alegra saber que te he salvado de la "locura" jajajaa.
EliminarAcabo de leer tu reseña... uffff MUCHAS GRACIAS!!!!!!!
Ah y Felicidades!!! :)
ResponderEliminarMuakisss!!
EliminarComo cada palabra que escribes, estas son impactantes, preciosas, con ese mezcla tan tuya de dulce perversión, entrega amorosa total y alegría de vida. Maravilloso. Y gracias por hacernos este fantástico regalo.
ResponderEliminarAins, Lydia, gracias a ti por tus palabras... eres un sol!
EliminarMuchas felicidades Noelia y muchísimas gracias por el regalo....
ResponderEliminarMemorable Caleb... es como una perdición....
Me encanta saber como les va la vida a esta pareja, con Ardiente verano me conquistastes sin remedio
Un besote
Gracias Pepa, y sip, Caleb es mi perdición, y espero que la vuestra... jaja
EliminarQue recuerdossss, Caleb, es uno de los personajes masculinos que más me gusta de los libros eróticos que me he leido. ¡¡Peazo regalo!! xD
ResponderEliminarGracias
Jessica
Ey, Gata, ya lo sabes: Pon un Caleb en tu vida jajaja
EliminarPero bueno ¡¡¡¡¡¡¡ pedazo sorpresa Noe ¡¡¡¡¡ Mira que ya hace fresquito del bueno pues despues de leer de nuevo al Rey de los amarillos en acción , tengo unos calores que no son normales jajajaja. Como hachaba yo de menos a nuestro Caleb madre mia ¡¡¡que hombre¡¡¡ que recuerdos leyendo el primer de los amarillos que llego a mis manos
ResponderEliminargrrrrrrrr grrrrrrrrrrrr Oh my god¡¡¡¡¡ No se que puse y si tiene coherencia jaja entenderme el reencuentro con El hombre me dejo toka pa todo el dia jajaja
Jajajajajaa, trankila, te entendemos!! jajaaj
EliminarHola Noelia, he leído casi todos tus libros y me encantan. Ardiente verano es el que prefiero de entre todos. Muchas gracias por el relato y la continuación de Caleb y Maria. Es un placer leerte. Hasta pronto. Besitos desde Paris.
ResponderEliminarHola Lexa!
EliminarEy, muchísimas gracias por leerme!! me encanta saber que te gustan mis historias, y AV, ufffff, es que Caleb es mucho Caleb jajajajaja.
1 besote guapisima
noelia eres perfecta
EliminarUn extra genial :-D la verdad que la historia de María y Caleb es preciosa, te quedas con ganas de más. Gracias por haber escrito este magnífico libro, no entiendo por qué la gente recomienda Cincuenta Sombras de Grey ;-)
ResponderEliminarUn saludo enorme.
Ohhhhhhhhhh!!! que pasada, gracias por ese relato, me ha encantado saber de Caleb y Maria otra vez. Que pedazo de libro Noelia, encantada estoy ahora mismo recordando algunas escenitas. Gracias por el regalo. Besotes.
ResponderEliminarJejeje, no está mal recordar escenas de AV, con este fresquito así no pasamos frío jajajaja
Eliminarque buen relato me encanto volver a saber de Maria y del sexy Caleb
ResponderEliminar¡Qué sorpresa reencontrarme con mis personajes preferidos! Coincido con muchos de los comentarios. AV me conquistó como novela erótica y como HISTORIA DE AMOR. Caleb es...<3 <3 MUCHAS GRACIAS NOELLIA!!!!
ResponderEliminarDiana, Lunita, muchas gracias!! me encanta que os guste el relatillo!
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