Sois sin ninguna duda unos soles (pero no solo de los que brillan... nop, soles de esos que dan calor, que crean vida y que hacen soñar con el paraiso).
A todos los blogeros que lean esto, de verdad, os emplazo a descargaros y leer la revista, tiene unos relatos estupendos, unas entrevistas increibles, criticas alucinantes, un poco de historia, de cocina, de cine, de musica... ES QUE NO LE FALTA DE NADA!!! os paso el enlace Web de RomanTicaS Revista RomanTicaS Pagina de Facebook
En fin, no me digo nada más, aquí os dejo el relatillo... espero que os guste, no tiene nada que ver con mi libro (ni sus continuaciones) es algo que se le ocurrió a uno de mis personajes (Ruth) y que yo me he apropiado (ya que la cree yo, creo que tengo todos los derechos jis) Y sip... tiene su continuación algo más picantona... pero por ahora me la reservo para mí.
1 besote
El Club de los Domingos
Acababan de dar las doce cuando Rigel las sintió entrar. Alzó la vista esperanzado, tenían que ser ellas.
En su mente las llamaba “El club de los domingos”, un grupo de amigas que iban al VIPs algunos domingos, mujeres de entre treinta y cincuenta años que tenían una sonrisa perenne en la boca y muchas cosas que contarse.
Las observó reírse por quién sabe qué y sintió envidia de su sencilla felicidad, basada en pequeñas cosas, en la alegría de verse, hablar, y pasar un rato juntas. Las mujeres caminaron por la sección de libros, comentando entre ellas las portadas y los títulos, cogiendo algún que otro ejemplar. De repente una de ellas se alzó sobre las puntas de sus pies hasta llegar a la estantería más alta, cogió un libro enorme, con una portada bastante escandalosa; Las partes pudendas de un hombre, tapadas con un calzoncillo blanco que apenas ocultaba un voluminoso pene erecto.
‐Ostras, mirar esto; “The big Pennis book” –apuntó Noemí.
‐¡Ahí va! ¿Eso es real? –preguntó Lai.
‐No es para tanto… mi caballo la tiene más grande –contestó Gema.
‐¡Eso es un… un… pene! –Exclamó la más joven de todas, una rubia de pelo largo, y ojos alucinados.
‐A ver Reina Mora, no sé de qué te extrañas, no es nada que no hayamos visto antes ‐comentó Mari.
‐De eso no cabe duda, pero lo cierto es que el tamaño no es el habitual –sentenció Helena.
‐No está nada mal –Afirmó Alicia, la decana del grupo.
Oculto entre las estanterías, Rigel sonrió al ver Noemí abrir las páginas del escandaloso libro mientras sus amigas se agrupaban en torno a ella. Comentaron tamaños y señalaron las fotos más impactantes haciendo bromas sobre las ventajas y desventajas que podrían tener esos hombres con penes tan extravagantes.
La más joven de todas, aquella tan dulce y tímida, parecía anonadada ante el repertorio de enormes miembros viriles y las suposiciones graciosas y descabelladas que apuntaban el resto de sus amigas.
Llevaba más de medio año pendiente de esas mujeres. La primera vez que las vio, fue allí mismo, el primer domingo de marzo.
Entraron riendo y alborotando, hablando unas con otras, como si estar juntas fuera el regalo más preciado. Entraron en la cafetería cargadas con pesadas mochilas que no tardaron en abrir sobre la mesa. Libros y más libros. Nuevos, usados, grandes y pequeños, pasaron de mano en mano, hasta que por fin los colocaron en varios montones y cada una cogió los de la otra. Permanecieron allí, hablando y tomando café hasta más de las dos de la tarde. Rigel no pudo evitar observarlas durante todo ese tiempo. Parecían tan felices, sin rencillas, ni envidias. Sólo un grupo de amigas contentas de verse de nuevo.
Tras ese domingo, Rigel acudió allí a diario, arriesgándose al castigo por incumplir las normas de su padre, esperando volver a verlas y compartir, aunque fuera de lejos, esa amistad autentica tan alejada del universo solitario en el que él sufría la eternidad.
Pero pasaron los días, las semanas, y no regresaban.
El primer domingo de abril Rigel aceptó desanimado que no las volvería a ver.
Se equivocó. Ese día, aparecieron de nuevo, la rubia de la melena hasta las caderas, la de sonrisa dulce y ojos tímidos, estaba allí.
Rigel las observó, escuchándolas disimuladamente y llegó a una conclusión; iban únicamente algunos domingos.
Desde ese mismo momento, y aún a riesgo de que su padre lo descubriera, todos los domingos acudió al VIPs, esperando verlas, sentirlas. Pudo comprobar que las visitas se producían una vez al mes, y que por suerte, su ángel rubio, no faltaba a ninguna cita.
Rigel vio a su ángel sonreír, y tomó una decisión. Una decisión prohibida y arriesgada. Hoy se presentaría ante ella.
Las mujeres charlaron y rieron como de costumbre, sin percatarse en ningún momento de que estaban siendo observadas, cuando llegó la hora de marcharse salieron entre risas y tomaron cada una su camino.
Cristina acababa de doblar la esquina cuando la brisa llevó hasta ella una palabra, apenas un susurro.
‐Hola, soy Rigel.
Se giró asustada y miró sorprendida al hombre que estaba a su lado, era… luminoso, no existía otra palabra mejor para describirlo. Alto y muy delgado, de piel blanca, casi transparente, con cabellos de un rubio tan claro que cuando el sol se posaba sobre ellos lanzaban destellos, sus ojos, tan cristalinos, que más que grises, parecían blancos. Debe ser albino, pensó ella.
‐Hola Rigel ‐respondió‐ Perdona… ¿Te conozco de algo?
‐Os he estado observando mientras estabais en el VIPs, me gusta veros reír.
‐¿Nos espiabas?
Cris miró a su alrededor, la calle estaba casi desierta, apenas había gente. Dio un paso atrás asustada…
‐Espera, no te vayas, ‐dijo él con voz suave‐ Lo he hecho fatal, ¿verdad? No estoy acostumbrado a relacionarme con la gente… no quería asustarte.
Cris se detuvo ¿No estaba acostumbrado a relacionarse? ¿Por qué? ¿Quizá por qué era albino? ¿Por qué era diferente? lo observó atentamente, era guapo, quizá algo pálido y delgado, pero guapo al fin y al cabo, claro que Cris, casi nunca coincidía en gustos con el resto del mundo, de hecho, ella casi nunca gustaba al resto del mundo. Quizá él estaba tan apartado de todos como ella…
En ese momento Cris tomó la decisión más importante de su vida, una decisión que, aunque no lo sabría hasta mucho más tarde, cambió su vida.
‐No deberías espiar a la gente. No está bien ‐dijo.
‐No lo puedo evitar, vuestras risas me hacen sentir vivo… ¿No te he asustado, verdad? ‐preguntó más que afirmó.
‐Mm ‐Cris se mordió el labio pensativa‐ No. ‐mintió.
‐Menos mal. Llevó tiempo deseando hablar contigo, no sabía como hacerlo, temía que pudieras huir de mí, a veces soy muy torpe.
‐Torpe… apenas ‐contestó sonriendo, más que torpe era demasiado sincero.
‐He oído que te gustaría ir al retiro, si quieres, podemos ir ahora ‐comentó él cambiando la
conversación.
‐¿Has oído? ¿A quién?
‐A vosotras, lo has comentado alguna vez ‐contestó satisfecho de mostrar que había prestado atención a sus conversaciones.
‐Lo comenté hace…
‐Dos meses, el segundo domingo de julio ‐finalizó la frase.
‐¿Desde cuándo nos espías? ‐preguntó Cris, un poco asustada.
‐Desde el primer domingo de abril ‐contestó sonriendo, hasta que la miró a los ojos‐ He vuelto a meter la pata, pensarás que soy un indeseable ‐comentó entristecido.
‐No. Es… extraño que nos lleves observando tanto tiempo...
‐Lo siento, sé que no está bien, pero… me gusta veros juntas, sois tan buenas amigas, estáis tan unidas, sois como un soplo de aire fresco ‐confesó avergonzado mirando al suelo.
‐¿No tienes muchos amigos?
‐No, donde yo vivo no hay nada alrededor… por eso, a veces bajo aquí y os observo…
‐¿Dónde vives? ‐preguntó Cris, intrigada.
‐Muy lejos de aquí ‐esquivó la pregunta‐ ¿Vamos al Retiro? ‐insistió con una sonrisa tan feliz, que Cris no pudo negarse.
Fueron paseando y aunque era un largo trayecto, a ellos se les hizo extremadamente corto. Caminaron uno al lado del otro, sin dejar de hablar de cualquier cosa. Rigel se mostraba curioso por todo lo que le rodeaba y preguntaba sin pausa, saltando de un tema a otro, haciendo que Cris riera confiada.
‐¿Por qué os veis sólo los domingos? ¿Por qué la gente tiene prisa? ¿Por qué siempre lleváis libros? Por qué, por qué, por qué…
Era como si todo le resultara nuevo y extraño. Veía las cosas como un niño de cinco años en su primera visita a la capital. No se cansaba de preguntar, y Cris descubrió que le encantaba responderle, en cada respuesta que le daba, él se mantenía callado, escuchando atentamente, como si lo que ella decía fuera lo más importante del mundo.
Y para Rigel así era. Oír su voz, sentir su calidez, su dulzura, ver asomar su sonrisa… Llevaba meses soñando con eso. No podía concebir que una persona tan especial como ella estuviera triste.
Un domingo, meses atrás, Rigel había conseguido el valor para seguirla. Ese día la acompañó oculto entre las sombras, hasta su portal, desde entonces, cada vez que su padre desviaba la mirada, acudía allí y la observaba. Averiguó que cuando salía de casa iba al trabajo y de allí, otra vez a su casa, que no salía con más amigas que sus chicas del club de los domingos, que estaba siempre sola. La observaba cada noche que ella olvidaba bajar las persianas de su dormitorio. Dormía sola, tumbada de lado, las piernas encogidas y las manos bajo la almohada.
‐¿Por qué siempre estás sola? ‐preguntó recordando.
‐¿Por qué piensas que estoy sola? ‐requirió ella.
‐Siempre te veo sola.
‐Pensaba que sólo nos espiabas en el VIPs ‐respondió enfadada. ¿La había seguido en más ocasiones?
‐Y así es. ‐Se apresuró a mentir‐ siempre te vas sola de allí.
‐Todas vamos en direcciones distintas ‐aseveró ella.
‐¿Tienes novio? ‐inquirió sabiendo de antemano la respuesta.
‐No.
‐¿Por qué?
‐Imagino que porque soy muy tímida ‐contestó sonrojada. No tenía novio porque era un bicho raro. Porque su aspecto repelía a la gente.
‐Me alegro de que seas tímida.
‐¿Por qué?
‐Porque por eso no tienes novio ‐contestó él con una sonrisa sincera‐ ¿Por qué tú piel es distinta a la de las demás personas? ‐preguntó Rigel curioso, jamás había visto a nadie con una piel como la de Cris.
‐Tengo dermatitis atópica ‐Allá vamos, pensó Cris. A favor de Rigel, debía de reconocer que había tardado en preguntarle más de lo normal‐ se me manifiesta sobre todo en la piel de la cara. ‐Lo miró compungida‐ es asqueroso.
‐A mí no me lo parece ‐contestó Rigel con sinceridad. Le daba lo mismo la piel de Cris o cualquier otro signo exterior de ella. Estaba absolutamente prendado de su interior, de su forma de sonreír, de hablar, de su voz clara y serena.
‐Pues debes ser la única persona en el mundo a la que no se lo parece.
Desde siempre había tenido la piel de la cara enrojecida y muy seca, casi escamosa, a veces, le picaba tanto que quemaba. Los niños del colegio se reían de ella, sus compañeros del instituto la miraban raro, y esto, unido a su timidez, hizo que poco a poco se fuera aislando del resto del mundo. En su trabajo había trabado relación con sus compañeros, pero no iban más allá del ámbito profesional. Era incapaz de salir con ellos y soportar que su rostro fuera el centro de atención. Así continuó hasta que empezó a visitar los foros románticos, donde nadie podía verle la cara. Poco a poco posteó en ellos, y así conoció a seis mujeres a las que llamó amigas. Un día se armó de valor y quedó con ellas, cara a cara, en el rastro, desde entonces, se reunían un domingo al mes. Eran mujeres de distintas edades y personalidades, a las que unían dos cosas, su amor a la literatura romántica y su indiferencia hacia el aspecto externo de las demás. Esos domingos se convirtieron en su válvula de escape. Quizá por eso comprendía al hombre que estaba junto a ella, él también parecía encontrarse tremendamente solo.
Ese domingo, fue quizá, el más feliz de todos los que habían vivido ambos hasta entonces. Un domingo de conocerse, de hablar sin tapujos, de sonreírse con las miradas. Un momento de descubrimiento, de encontrar ambos su alma gemela en la figura del contrario. Unas horas que terminaron demasiado pronto.
Comenzaba a caer la tarde, Rigel miró al cielo, y su cara mostró tristeza.
‐Debo irme, no puedo permanecer más tiempo aquí ‐dijo sin apartar la vista del ocaso, como si el sol le ordenase que se marchara‐ ¿Puedo volver a verte?
‐Me encantaría… ¿mañana? ‐preguntó ruborizada.
‐No lo sé ‐contestó él con la mirada fija en el cielo‐ quizá tarde un poco en regresar. Espérame, volveré ‐ dijo bajando la cabeza y depositando un suave beso en sus labios‐ nadie podrá impedirlo, lo prometo.
Cris quiso preguntarle por sus crípticas palabras, pero no pudo, en ese momento el último rayo de luz iluminó la tierra y Rigel echó a correr tan rápido que cuando ella intentó seguirle, no supo siquiera que camino había tomado.
Pasaron varias semanas, tantas, que pensó que su paseo no había sido más que un sueño.
Llegó la Navidad, el frío, la lluvia. Acababa de amanecer cuando sintió la brisa entrar en su cuarto. Abrió los ojos extrañada ¿no había cerrado las ventanas? Se incorporó en la cama y lo vio. Estaba al lado de la ventana, la miraba sonriendo, feliz.
‐Estás muy hermosa cuando duermes.
‐¿Rigel? ¡Qué haces aquí! ‐increpó aturullada. Lo había echado mucho de menos, pero no esperaba que apareciera en su cuarto, o al menos no de esa manera, sin avisar, sin entrar siquiera por la puerta‐ ¿Por dónde has entrado?
‐Por la ventana. ¿Estás enfadada? Me ha sido imposible venir antes, la última vez me quedé demasiado tiempo, y tuve ciertas complicaciones ‐dijo sin pararse a respirar‐ pero te he observado todas las noches. ¿Por qué llorabas? Me entristece verte llorar, no quiero que llores ‐susurró sentándose a su lado‐ te he echado tanto de menos que casi me era imposible brillar. Cuéntame que has hecho durante estos días, ¿has sido feliz? ‐finalizó con la pregunta más importante para él.
Cris contestó a todas sus preguntas, olvidando que el hombre que estaba a su lado había entrado por la ventana, que ella solo llevaba puesto un camisón, que su pelo estaba recogido en una coleta y no la tapaba la cara, que había pasado los meses más tristes de su vida pensando que no lo volvería a ver, que fue sólo un sueño.
Hablaron durante mucho tiempo, rieron, lloraron y compartieron los pensamientos de todos los días que no habían estado juntos. Rigel se marchó un par de horas antes del ocaso prometiendo volver pronto.
Y lo cumplió. Ese invierno la visitó todas las mañanas, cuando llegó la primavera y los días se hicieron más largos, acudió también por las tardes, antes de que el sol se ocultara.
Cris poco a poco fue conociendo a Rigel, y mediante sus palabras, a su familia; a su padre, de voluntad férrea y carácter autoritario, obsesionado con las responsabilidades y el lugar que ocupaba cada cual en el universo, a su madre, dulce y cariñosa, enamorada del amor, su ayudante conspiradora, ocultando sus escapadas cuando él se escabullía para verla, a sus hermanas y hermanos, seres fríos e inaccesibles.
Fue el mejor verano en la vida de ambos, pero lo bueno, nunca dura, y en esta ocasión fue demasiado breve.
Una tarde al comienzo del otoño, cuando los días eran más cortos y las noches más largas, Rigel llegó triste, desesperanzado, apagado. Su padre había descubierto su engaño. No podría volver a escaparse. Esta sería su última visita.
Cris no podía creer lo que estaba oyendo. Rigel era un hombre adulto, su padre no podía gobernar su vida.
‐Mi padre tiene razón al prohibirme bajar aquí, tengo que ocupar el lugar que me corresponde. No puedo abandonar mi sitio, la gente me busca y no me encuentra, no puedo aparecer y desaparecer por arte de magia, aunque sea eso precisamente lo que hago.
‐No sé a qué te refieres ‐dijo Cris desesperada, no comprendía porque no podía estar con ella.
‐Cuenta una leyenda, que el Sol nació del universo para dar la vida a la tierra, que la Luna, su esposa, alumbra las noches para que los humanos puedan ver la belleza plateada de lo que les rodea, y que las estrellas, sus descendientes, muestran desde el albor de los tiempos, el camino a seguir para que ningún ser vivo se pierda en la noche ‐relató Rigel‐ Padre dice que aunque los tiempos han cambiado y los navegantes ya no vigilan el cielo para guiarse, los pastores continúan mirando las estrellas, los soñadores siguen pidiendo deseos y los enamorados buscan en su brillo el amor ‐Miró a Cris con semblante serio‐ Padre opina que cada cual tiene su sitio en el universo, que mis hermanos y yo, debemos permanecer inmutables en él, ya que no son nuestros deseos, sino los de los demás los que rigen nuestra existencia.
‐No te entiendo…
‐Madre ha hablado con Padre, ella piensa que al igual que los mortales piden deseos, que si son sinceros, les son concedidos, también deberíamos poder hacerlo nosotros. Padre ha aceptado, y me ha permitido un deseo, pero con ciertas condiciones… No puedo revelar qué soy, no puedo influir en ti, no puedo llevarte conmigo a no ser que sea tu deseo y no puedo abandonar mi lugar en el universo.
‐¿Qué intentas decirme?
Rigel miró al cielo, estaba cayendo la noche, apenas le quedaba tiempo.
‐Deseo que estés siempre a mi lado ‐dijo un segundo antes de desaparecer.
Cris observó fascinada como Rigel se esfumaba en el aire, no podía ser posible, esas cosas no pasaban…
Regresó a su casa confundida, pensando que se había vuelto loca.
Esperó días que se convirtieron en semanas, a que Rigel regresara, pero este no volvió. Buscó en Internet leyendas sobre las estrellas, pero ninguna coincidía con la que él había contado. Únicamente encontró su nombre, Rigel, la estrella más brillante de la constelación de Orión.
Era de locos, no podía ser una estrella, ¡un cuerpo celeste formado por gases! Mas Rigel, el hombre del que estaba enamorada no regresaba, mientras sus palabras llegaban susurrantes con la brisa noche tras noche. No puedo llevarte conmigo a no ser que lo desees sinceramente.
Una noche, Cristina condujo hasta las montañas, y una vez allí buscó el lugar más oscuro. Se sentó sobre una piedra y observó el cielo hasta que dio con Orión, luego buscó la más brillante de las estrellas, la más hermosa. Rigel.
‐Deseo estar contigo para siempre ‐gritó al cielo estrellado, rezando ser escuchada.
‐Si vienes conmigo, jamás podrás regresar ‐murmuró la brisa a la vez que la estrellaba pulsaba.
‐Deseo estar siempre a tu lado –repitió ella.
*****
Nadie supo jamás qué fue de Cristina, la policía buscó durante meses su cuerpo, pero nada encontraron.
Sus “chicas de los domingos” fueron las únicas que no se entristecieron, pues sabían la verdad, ella misma se la había contado antes de partir.
Algunas noches, Alicia, Mari, Helena, Noemí, Gema y Lai miran al cielo y hablan con una estrella, y ésta, pulsa en respuesta.
De "mayor" quiero ser como tu,Noelia.
ResponderEliminarMe repito hasta la saciedad,pero¡¡¡eres increible!!!Tu relato me estremecio,me hizo soltar lagrimas,(si me hubieras visto por un agujerito te hubieras asombrado)e hizo que dijera,
¡¡¡quiero mas!!!,quiero saber,leer mas de ti!!!!
joder,pero q bonito,q bonito!!!!!
es un relato precioso, Noelia. Muy emotivo y dulce. Ha sido un placer leerlo. Un beso, Ana.
ResponderEliminar