miércoles, 2 de febrero de 2011

Intimidad

Un día cualquiera, a las nueve y media de la noche...

Aprovechando que las niñas estaban poniendo la mesa y que mi marido estaba, supuestamente, pendiente de que todo fuera sobre ruedas, cogí el Muy Interesante del mes pasado... ese que aún no me había dado tiempo a leer, entre, cerré la puerta para aislarme, me senté y me dispuse a leerlo... Cinco minutos después la puerta se abrió sin previo aviso...
—Mamá, ¿Puedo jugar después de cenar? —preguntó mi hija pequeña.
—Preguntáselo a papá —contesté yo desinteresándome del asunto, más centrada en lo que estaba leyendo que en lo que podía hacer, o no hacer, mi hija.
Fue un error de consecuencias catastróficas... pero en mi defensa debo decir que al fin y al cabo mi marido estaba en esos momentos, supuestamente, al cargo de la situación... y yo, sinceramente, tenía muchas ganas de terminar lo que estaba haciendo... y de paso, de concluir el artículo que había empezado a leer esa misma mañana. Mi hija asintió feliz y se marchó dejando la puerta entornada. Me incorporé un poco y la cerré de nuevo.
Dos minutos después la puerta volvió a abrirse...
—Mamá, Raquel dice que papá la deja quedarse a jugar después de cenar —Mi hija mayor estaba claramente indignada... las normas son, supuestamente, que después de cenar se tienen que lavar los dientes e irse a dormir.
—Dile a Raquel que después de cenar, tiene que irse a dormir —murmuré yo más pendiente de las antiguas momias egipcias que de la sonrisa satisfecha que emergió en la cara de mi hija mayor.
Cuando Livia salió la puerta volvió a quedar entornada... con un suspiró me estire y de un preciso golpe de la revista enrollada conseguí cerrarla. Volvía sentarme.
Diez segundos más tarde la puerta se abrió de par en par, golpeada por una enfadadísima niña de seis años y medio.
—Mamá, Livia dice que tú le has dicho que no puedo quedarme a jugar después de cenar.
—Aja... —Los murales de la tumba K5 en el valle de los Reyes de Luxor eran simplemente magníficos.
—¡Mamá! No me estás escuchando —lloriqueó la pequeña.
—No puedes quedarte a jugar... ahora ve a cenar —dije intentando esbozar mi sonrisa profident... aquella que perdí hace años por culpa del tabaco, los nervios y los dos embarazos.
—¡Papá a dicho qué sí puedo!
—Pues yo digo qué no —rebatí colocando un dedo entre las páginas de la revista y mirándola con cara feroz.
Raquel se dio media vuelta, salió y no se molestó siquiera en entornar la puerta... Me estiré, y la cerré, quizá un poco demasiado fuerte...
—Noelia... ¿No puedes dejarla que juegue un par de minutitos después de cenar? —preguntó mi marido abriendo la puerta dos segun.
—No.
—Pero mamá, yo quiero quedarme a jugar —dijo mi hija pequeña apareciendo detrás de mi marido.
—Pero no puedes, porque si nos ponemos a jugar, nos acostamos tarde y luego no te quieres levantar por la mañana —la chinchó mi hija mayor entrando con el resto de la familia a mi santuario, supuestamente, privado.
—Pero papá ha dicho que sí puedo —se burló mi hija pequeña sacándole la lengua a su hermana.
—Pero papá no manda nada nada nada —canturreó la mayor fastidiando a su hermana.
—¡Papá! ¡A que tu sí mandas! —exclamó mi hija pequeña.
—Pues... —dijo mi marido mirándome... pensando en las posibles opciones, y decidiéndose por la alternativa, supuestamente, más segura para él— No hija, no. Yo no mandó nada.
Abrí los ojos como platos, ¡Será mamonazo! Por supuesto que manda... siempre y cuando lo que ordene no vaya a suponer ninguna discusión, llanto, disgusto o lagrimita de cualquiera de sus dos princesas... pero si ahora le daba la razón a la pequeña, la mayor –la marisabidilla— se disgustaría... y si le daba la razón a la mayor, la pequeña —la “Por qué yo lo valgo”— se pondría a llorar... por tanto había optado por la elección más inteligente... “lo que tu madre diga”... y ahí estaba yo, con mi revista entre las manos, sentada, e intentando tener, supuestamente, un poco de intimidad.
—¡NO SE JUEGA DESPUES DE CENAR! —Grité tan alto como pude.
A partir de ese momento, mi gloriosa intimidad se convirtió en una cacofonía de llantos —la pequeña llorando por la promesa incumplida— susurros —mi marido promentiéndola que sin que yo me diera cuenta, la dejaría jugar un ratito— gritos indignados —mi hija mayor enfadadísima porque la pequeña siempre se salía con la suya— susurros desesperados —mi marido diciendo a mi hija mayor que no, que era solo para contentar a Raquel y que no llorase— alaridos —mi hija pequeña enfadada con su papá porque la había mentido— risas malvadas —la mayor cachondeándose de su hermana— y gemidos atormentados —mi marido dándose cuenta de que se le ha ido de las manos...— y entre todo ese barullo... yo continuaba sentada, con mi revista cerrada... sin saber si llorar, gritar o reír... opté por lo último.

No fue una risa de diversión, ni una risita de “tu te la has buscado”, ni siquiera una risa malvada de “Eso te pasa por ser un pelele”... no. Fue una risa histérica, una risa nacida de la más honda desesperación y angustia. Una risa que tenía su principio en mi incapacidad sistemática para encontrar siquiera un minuto de intimidad en mi propia casa.
Mi marido levantó la mirada, o mejor sería decir que bajó la mirada. La centró en mi persona, y creo que por fin se dio cuenta de cual era exactamente mi estado... mi necesidad... y de en que lugar exacto de la casa nos encontrábamos todos, ellos tres de pie, frente a mí, que continuaba sentada con mi revista entre las manos.
—Esto... —dijo aturullado— creo que mejor lo discutimos después de cenar —intentó evadirse. La pequeña lloró más fuerte... la mayor entrecerró los ojos y yo suspiré apesadumbrada. Él respiró profundamente, miró a mis hijas y por fin, uso su voz de Padre (sip, con mayúsculas)— Raquel, no hay juegos después de cenar. Livia como vuelvas a reírte de tu hermana te requiso la diadema nueva.
Mis hijas, acojonadas ante el tono firme de mi marido, lo miraron sin salir de su asombro. Raquel se sorbió los mocos, Livia dejó de sonreír y por fin salieron, sin emitir ninguna queja, dejándome sola. Mi marido me miró un segundo, agarró el pomo de la puerta y se despidió:
—Esto... que te aproveche —dijo sin saber bien qué decir.
Suspiré agradecida cuando la puerta del cuarto de baño volvió a cerrarse, supuestamente, para no volver a abrirse. Busqué en mi revista el artículo que estaba leyendo y procedí a hacer mis más intimas y necesarias necesidades (valga la redundancia).

9 comentarios:

  1. JAjajajaja, perdona que me ría, pero menudo follón que liastéis anoche entre unos y otros jajajajaja. Total, ¿Qué tiene de malo jugar un poquito después de cenar mientras hacen la digestión? jajaja, imagino que tus hijas después de la de ayer optaran por no preguntarte nada cuando estés leyendo juas, porque si no lo hubieran hecho, hubiesen podido jugar las pobres.
    Y lo dicho: tu marido es un santo varón. Jaaaaaaaaaaaaaaa

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  2. Juas... es que no estaba exactamente leyendo... sino aposentada en la taza del water... intentando hacer cosas gordas...

    Y tiene muchisimo de malo jugar despues de cenar, porque significa que va a descolocar, de nuevo, todo su cuarto, ponerse (mas) nerviosa todavia y liarla hasta minimo las once y pico de la noche... y yo, necesito DESCANSAR!!!!

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  3. jajajajaja

    madre mía, Noelia, en tu casa no te aburres. Ainsss, esas cosas ya las pasé yo, no te creas...

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  4. Jajajajajajajajajajajaja

    Ains, ¿y son siempre así? Madre mía, tú, con el carnet de madre, también te dieron el de la paciencia, ¿no?

    No te digo que por qué no echaste el cerrojo, ya que en una casa con niños, eso es un poco peligroso. Aunque seguro que ya te lo has planteado, jajajajaja

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  5. Jus... pues no lo eché por que no sirve de nada... lo saben abrir :(

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  6. Estos niños de hoy en día... aprenden demasiado rápido. ¡Pon un FAC en la puerta a 2 metros de altura, ya verás cómo eso no lo pueden abrir desde fuera ni cerrarlo desde dentro!

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  7. Noe, leyendote he tenido una extraña sensación de "dejá vù", de esas que te remontan a un tiempo no demasiado lejano (15 o 20 días???) y que tienes la impresión de que, eso que estás leyendo, tu lo has vivido exactamente igual. Quiza no igual, lo mismo la discusión era por las torres de los tejados del Exin Castillos... ¡pero oye como me suena!
    Y claro... como no quiero que se cierren ellos, tengo que predicar con el ejemplo, es lo que pasa...
    Ainsssssssss

    Besos

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  8. JEjeje, pobrecica, eso de tener intimidad en una casa con la familia es muy complicado. Lo mejor es tomárselo con humor, y al final tu marido se puso en su sitio. Siempre es importante tener un huequito para unos mismo, aunque sea minúsculo. Un beso guapa!

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  9. Una santa. Eres una santa.
    Consejo: Pon un cerrojo de los de toda la vida, de esos que desde fuera no se pueden abrir.

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